martes, 4 de febrero de 2014


"LUNA LUNERA"· Rosa Regás. Planeta 1999.
Pido perdón por la extensión de mi escritura. He querido captar todas las ideas que la autora vierte en cada uno de los capítulos, con mis propias interpretaciones, así como la estructura del texto original. Se puede leer el prólogo, una orientación sobre la obra, de la autora, e ir seleccionando algún capítulo que interese.
La novela LUNA LUNERA está dividida en dos partes, precedidas de un prólogo donde la autora habla de la memoria histórica, sin la que los pueblos estaríamos abocados a repetirla. La novela, como tal novela, ha de ser de ficción, pero está basada en la memoria.  Es una historia, dice,  que he vivido en el fondo de mi conciencia y de mi memoria”.

"Para evitar que la novela se convierta en una biografía, ha elegido como narradora a una niña, Ana, la más pequeña de las nietas del abuelo, que simplemente expresa sus sentimientos, huyendo de quien la maltrata, el abuelo y el padre Hilario Mariné, y aproximándose a quien la ama, la madre y los hermanos."
 Otros personajes importantes son las criadas, un coro de mujeres al estilo de las tragedias griegas, mujeres que habían entrado a servir allí desde los 16 años, como Francisca, que sentía adoración por el señor, Dolores, más unida a los niños, por lo que será expulsada de la casa donde había servido toda su vida, o Engracia, franquista,  como el abuelo (“las criadas habían adquirido  la máscara del amo”),  la señorita Inés e incluso la tía Emilia, que van revelando la historia familiar en una época de silencios y oscuridades, con una moral impuesta a golpes que desvirtúa su auténtico sentido liberador. Una época sin pensadores (estaban muertos o en el exilio), personajes mediocres carentes de un sentido crítico sobre lo que es el bien, la justicia, la verdad…Los niños van aprendiendo a través de los odios y venganzas de una familia en la que el amor, la generosidad, la libertad están ausentes por el ejercicio de un poder autoritario y destructor. Destaca la función ejercida por una Iglesia paniaguada  con el poder y el dinero.
La novela comienza como el final, el abuelo moribundo, en presencia del abad, Monseñor Martí Alsina, que se presenta en estos últimos momentos de la vida del señor Píus Vidal Armengol como inquisidor de la riqueza que atesora la casa,  que va a pasar a ser patrimonio de la Iglesia. Rememora, inquieto, a los hijos del señor Armengol, un “santo”, a quien tantos disgustos habían dado. “…recordaba la muerte de su hijo Juan, a mediados de los años cuarenta, la más lejana de Miguel durante la guerra civil, la desaparición de José, que había sido fusilado en Montjuic durante los primeros meses de la guerra y que tantos disgustos había dado a su padre. Y al mayor de los hijos, Manuel. Pero…¿no lo había echado de la casa? ¿qué hace aquí? . …  ¿Y el quinto?. El abad no recordaba a Santiago, alcohólico y músico,  refugiado en las últimas habitaciones de la casa.( Pag. 22). Manuel, el hijo mayor había acudido  en esta ocasión. La anciana sirvienta Francisca, que entró a servir al señor a los 16 años,  representa la continuidad de la casa.  Los nietos, ”dos hombres y dos mujeres de 30 a 35 años, Elias, Pía, Alexis y Ana, vinieron también  desde distintos puntos del mundo donde se encontraban, convocados por Francisca”.
“ Había llegado la hora, tantas veces soñada y deseada, de despedirlo” (pag. 26 y 27).
La primera parte del libro, la narradora, Ana,  empieza contando la historia de la familia a partir del capítulo I titulado LOS ORÍGENES.
La criada Dolores, es la fuente de información que tienen los nietos sobre su familia, de “cuentos y anécdotas, historias con principio y final y no vagas alusiones o comentarios sobre hechos desconocidos”, como hacía el resto del grupo (pag. 35). Dolores les contaba mientras planchaba la ropa en la inmensa cocina y los niños, sobre todo el pequeño, Alexis, no se cansaba de preguntar. La cocina de esa gran vivienda construida por el abuelo para la familia, era el punto de encuentro de las criadas,  y donde los niños escuchaban las historias y el canto de Maria, la vecina del 3º , que les alegraba con la canción ”luna lunera…”, el único escape de los niños a la libertad, al exterior.
A través de la antigua foto de la familia que estaba en el salón, los niños conocieron al bisabuelo Francisco Román, situado en la foto detrás de su hija, la abuela, una persona sencilla y cariñosa, decía Dolores,  junto a su marido, el abuelo, Pius Vidal Armengol y detrás de él los padres del abuelo, Manuel Vidal y Ana Mª Armengol, de la que tía Emilia, la otra superviviente de la familia (pag. 42)  decía que despreciada a Román porque era un simple maestro. A los pies de los abuelos, sentados en butacones de mimbre, estaban arrodillados en el suelo los cinco hijos del matrimonio.
La narradora cuenta que a partir de ese hilo (“lo poco que sabíamos de la familia”) tenían que “tirar con paciencia para deshacer el ovillo  hasta llegar a la verdad de una familia desconocida para nosotros”. (pag.44).
En  el capítulo “BOMBAS BAJO LA LUNA” se cuenta a través de las conversaciones con Dolores, lo que les pasó a los niños y a sus padres en la guerra: en 1937, en plena guerra civil, los padres enviaron a sus dos hijos mayores a Rotterdam y a los pequeños a París, para protegerlos de los bombardeos de Barcelona, puesto que el padre, estaba en el gobierno de la Generalitat y era republicano. El abuelo, al comienzo de la 2ª guerra mundial, aprovechó sus influencias en el bando nacional, se los trajo, y los puso legalmente bajo su tutela, arrebatándoselos definitivamente a sus padres, que lucharon durante toda su vida para recuperarlos, sin conseguirlo jamás. Seguramente fue la venganza contra unos hijos, la mayoría de los cuales no habían respondido a lo que se les había inculcado en la casa, una ideología nacional-católica:   Manuel y Juan se hicieron republicanos, José fue asesinado al principio de la guerra por los llamados nacionales  y Santiago, el pequeño, dominado por el autoritarismo del padre, fue la víctima en quien el padre volcó todas sus frustraciones y lo convirtió en un desgraciado temeroso enganchado al alcohol. Miguel, el hijo vividor, lo envió a la guerra y lo recuperó como un santo después de haber sido asesinado por los rojos en la batalla del Ebro.
La niña, va contando su marcha hacia el exilio de París, las calamidades y los terrores que sufrieron en el camino. (pag. 46), hasta que llegaron a París, donde, más tarde,  se encontraron con el padre. 
La memoria confusa de los pequeños recuerda otro viaje, ellos solos cargados con bultos y maletas. Los habían repatriado. Las escenas del encuentro con el abuelo en Octubre del 39 en Barcelona fueron muy duras (pg. 49-50-51). Lo cuenta Vicenta. Llegaron primero a la calle Fernando donde vivía el abuelo (“ese señor de pelo y bigote blanco, piel transparente y rosada y cejas pobladas como viseras”)  y luego a la casa de Tiana, donde ya se encontraban Elias y Pía, repatriados de Holanda. Los envían a un internado, porque el abuelo, cuenta Engracia, todavía no tenía los papeles, los del Tribunal Tutelar de Menores…. Cuando se reunían en Navidad, en la calle Fernando chapurreaban varios idiomas  y Elias, el mayor, recordaba a los padres, que bailaban muchas veces, decía. Pero en la casa nunca encontraron fotos, la oscuridad y el silencio les rodeaba.  De ellos estaba prohibido hablar.
El abuelo, que pertenecía a la LLiga, nunca aprobó el modo en que se instauró la República porque, contaba Dolores, eso estaba en contra de sus convicciones y de su ética, la ética de la ley natural (los más fuertes son los que sobreviven). En la cocina siempre hablaban de lo mismo y repetían las historias contadas o vividas.(pag 64). Una cosa curiosa es la descripción del lavado de la ropa manual, como un rito, en una época a la que no había llegado todavía la máquina. (pag.65).
Es importante el símbolo que el abuelo utilizaba para justificar su actuación con los hijos: se comparaba con la figura de Abraham, sobre quien había caído la enorme carga de matar a su hijo por cumplir con el deber impuesto por Dios. Pero a él, decía, se le había negado lo que tuvo Abraham, el placer de verlos a todos reunidos y dolientes a sus pies el día de su muerte. (pag. 32).  Allí no había hijos y nietos dolientes a quien repartir sus tierras y sus rebaños, sino unos desheredados en beneficio de la Iglesia, que habían acudido llevados por su odio para verle morir ¡por fin!.
En el capítulo PASA UN ÁNGEL, la autora describe uno de los primeros arrebatos del abuelo que, ante la noticia de la anunciada visita de la madre (el ángel) para ver a sus hijos, provoca un altercado con palos, golpes a los niños, gritos extemporáneos en presencia de todo el clero que siempre le  acompaña en la casa, espectáculo precedido por la música del piano de Santiago, que tocaba siempre que se acercaba una tormenta. Resulta interesante leerlo porque compendia la actitud habitual de cada uno de los miembros de la casa (pag. 73 y ss).
En el capítulo DIANAS Y BALONES, cuenta Ana el tremendo episodio de los Reyes Magos. El hermano mayor, Elias sólo tenía 10 años y los otros tres un año y medio menos cada uno, o sea, 8  y medio, seis y medio y cuatro y medio. Unos niños a los que, desde  un principio el abuelo les hace cargar con las responsabilidades de los padres:
El día de Reyes los trajeron del internado,  para celebrar, según era costumbre, la festividad. Escribieron su carta a los Reyes, donde les pedían juguetes y lápices de colores. Francisca les hizo poner su  zapato para que los reyes no se olvidaran de ellos. A la mañana siguiente el abuelo, con toda solemnidad les lleva al salón donde les niños esperan que los regalos que los Reyes les han traído, aunque sin confiar demasiado, sobre todo Elias. Delante de todos, con toda solemnidad les dejó sin juguetes porque “los juguetes son para los niños que se portan bien y vosotros no os los merecéis. Además, los Reyes son los padres y vosotros no tenéis padres, o no están donde deberían estar”. Los niños resistieron sin llorar. Fue la primera vez  que se portaron como personas mayores.
En LA HUIDA, Ana va narrando todo lo que sabe de la familia, la casa de Tiana, en el Maresme, donde tenían hasta una Capilla en la que los curas, el padre Hilario, lugarteniente del abuelo, el padre Mitjans y el resto del clero ejercían sus funciones, y  con los amigos burgueses del abuelo pasaban allí el verano. Mientras, el abuelo bajaba todos los días a Barcelona a cuidar sus empresas de restaurantes.  Y en virtud de las leyes del franquismo y con la ayuda de la jerarquía católica consiguió la adpción de los nietos. Los padres, especialmente la madre, pasó toda su vida luchando por recuperar a sus hijos. Allí, rezaban padrenuestros  por todos los muertos y  a veces también por todos los que deberían estar y no estaban. Y después daban gritos por Franco y por Cataluña ¡Cataluña será cristiana o no será, Torres Bages!. (1).

Gracias al  poder del abuelo en los medios políticos del franquismo, un día regresa del exilio Manuel, el padre de los niños (¿dónde está el exilio?, se  preguntan)  . Escuchan de las criadas que había trabajado en un periódico de izquierdas, había terminado la carrera de abogado a los 19 años y se había casado con su madre, una mujer que no gustaba a nadie de la familia.
Permaneció en la casa del abuelo un año y medio con los niños, hasta que fue expulsado. Y regresó cuando el abuelo estaba moribundo.  Los niños disfrutan de un padre a quien no conocen ni se atreven a preguntarle nada, pero que no se enfadaba nunca. “Nos parecía la persona más inteligente del universo, la única persona que  decía las cosas por su nombre sin paralizarle el temor” (pag 111). Las explicaciones las consiguieron después de muerto su padre, cuando ya eran mayores y no las necesitaban, cuando encontraron una carpeta vieja  (la célebre carpeta azul de que habla García Montero en su libro “Mañana no será lo que Dios quiera”). A través de las cartas que escribió a su madre se enteran de todo, de una familia destrozada por la guerra, sin hogar, sin profesión y sin futuro (pag. 113). A la madre, que durante la guerra había estado enferma de los pulmones,  la veían los terceros sábados de mes en el Tribunal Tutelar de Menores, bajo la furibunda mirada del abuelo, que los llevaba desde el internado (119-120-122). Engracia decía que la madre era “roja” y que ella se lo había buscado.
Bajo la dirección de Elias, el hermano mayor, que tenía siempre en su cabeza ideas que no correspondían a su edad, pensaron en una huida hacia la libertad, salir de la casa y…ya se vería. Su huida se vio truncada por la Guardia Civil, que los devolvió a la casa donde el abuelo los "molió" a golpes, a las niñas las devolvieron al internado y al organizador, a Elias a un correccional, donde su inocencia se transformó en acritud a base de malos tratos y de soledad, de los que no quiso contar nunca nada a sus hermanos.
En el Capítulo “EL ROSTRO DEL MIEDO”, cuenta la niña sus veranos en Tiana, a cuyo  embellecimiento habían colaborado los mejores arquitectos “convertidos” al catolicismo (pag. 151). Pero los Domingos el abuelo los llevaba a la Misa de la Parroquia para presumir de humildad ante la gente del pueblo. Esas salidas eran una verdadera representación  Al regreso el abuelo protagonizó otro de los episodios más dramáticos e impresionantes de la novela: la abuela, delicada de los nervios,  pasaba los veranos en la calle Fernando, había venido el día anterior porque se encontraba mejor. Al regreso, los niños estaban hambrientos, porque el abuelo les obligaba a ayunar a todos, aunque no hubieran hecho la comunión. Francisca había preparado en el comedor  el desayuno con unas ensaimadas, que no fueron del gusto del abuelo, motivo suficiente para provocar el altercado. Ante el terror de los presentes (la familia, porque los invitados estaban ausentes) el abuelo “descargó un golpe seco y contundente en el rostro de la abuela”, y como si estuviera loco, con el rostro descompuesto, lanzó varias veces el cinturón sobre la abuela (pag. 140-141) con una violencia terrorífica. Después se puso a orar pidiendo a Dios que no le deje vencer por la debilidad….A la abuela no la volvieron a ver hasta Navidad.
En el Capítulo GLICINAS Y TINIEBLAS narra la muerte de la abuela, que llevada de su locura acaba suicidándose. A la abuela se la mantenía aislada del resto de la familia, en invierno en la finca de Tiana, donde permanecía con Berta  y en verano ocurría lo contrario, cuando llegaban todos a la finca, el padre Mariné que acompañaba siempre al abuelo,  el padre Mitjans y el matrimonio Vallverdú,  la abuela era trasladada a la calle Fernando y el abuelo la visitaba a la hora del almuerzo.

A los niños los sacaron del internado por la muerte de la abuela, aunque a ellos ya no les afectaba la muerte. A través de coro de las criadas, Elias les contó lo sucedido. La abuela cogió la manguera del gas y se la llevó a la boca, de tal manera que se fue hinchando y cuando la encontraron estaba tan inflada que permanecía pegada al techo de la cocina.  Cuando la pudieron ver en el lecho mortuorio, vestía con el traje de boda que habían tenido que cortar porque no le cabía y un rosario en las manos. Como suicida no la pudieron enterrar en “cristiano” y a pesar de las presiones del abuelo, sólo le otorgaron un sencillo entierro campestre. No llegó a entender cómo el Altisimo le sometía a tal humillación, impidiendo celebrar un entierro con las honras fúnebres con cánticos funerarios, el dies  irae y una multitud de diáconos, subdiáconos, obispos etc, (la guerra la habían ganado los curas, decía Dolores). El abuelo, tan amante del Caudillo y tan amigo suyo…. De todas formas consiguió remover al responsable de tal afrenta.

En LA INGRAVIDEZ COTIDIANA, Ana, cuenta que el Internado se convirtió “un remanso de paz”. Allí nada podía ocurrirles. Gozaban de privilegios, pero les hacían ver su situación irregular, les trataban de modo más rígido en algunas cosas porque  tenían “que paliar el peso que llevaban sobre sus espaldas (pag. 170).
En el colegio las monjas las llevaban a visitar a los enfermos, un mundo deprimente que olía a “orines y lejía”.  Además, la visita de la Guardia Civil, por parentesco con algunas niñas, les metía en un mundo de himnos y de actos falangistas (¡Viva España alzad los brazos hijos del pueblo español….), todo lo que acabó creándoles un mundo reducido donde no había nada más allá. Un mundo contradictorio  entre  un abuelo, para unos, las monjas, el clero y las criadas un santo varón volcado en su familia, que nos había salvado y redimido, y para otros, el hombre justiciero y violento que les quitaba el sueño. El hombre que además, intentaba impedir las visitas de la madre, adelantándose a sus visitas y coaccionando a las monjas con regalos. Ellas les pedían a las niñas  que rezaran por ella para que volviera al buen camino. Pero  ¿en qué camino está ahora?, preguntaban (Pa. 182 y ss.).
-La segunda parte del libro cuenta la vida de los hijos. Comienza de nuevo con el abuelo moribundo y la vieja criada Francisca recorriendo la inmensa casa vacía y recolocando las cosas en su sitio, una vez se han marchado los visitantes. La narradora pone en letra pequeña unas reflexiones de Francisca, en las que da un repaso a su vida, desde que entra a servir por primera vez a la casa. Va recordando tristemente cómo transcurre la vida de la familia, sobre todo la de Santiago, su preferido y la víctima, que no se entera de lo que pasa, encerrado con su piano y su alcohol.  (pag.  191 y ss.).
En CANCIÓN DE SOLEDAD, se narra la época de la guerra en Barcelona, cuando los bombardeos de los nacionales y los actos terroristas de los obreros anarquistas. El abuelo no salía a la calle sin una pistola en el cinto, que le daba una sensación de seguridad. Hijo de chocolateros, el abuelo trabajó toda su vida hasta que consiguió ser dueño de una cadena de restaurantes. Cuenta la niña lo que oye a Dolores, que vino a la casa a los 16 años hasta que se casó y más tarde volvió para amamantar al tío Juan. En aquellos tiempos el abuelo compró la casa de la calle Fernando, que sufrió dos reformas, ahora  ya envejecida en sus cortinajes sus paredes forradas de terciopelo, sus cuadros…
En aquellos tiempos el abuelo todavía no tenía vocación de santo y mártir, y aunque tenía ya explosiones de violencia, aún no había comenzado con las expulsiones de los hijos. Cuenta los acontecimientos ocurridos a la familia durante la guerra, el hijo mayor, Manuel, al que después de lo que pasó (la boda con una mujer a la que no quería y a sus ideas) lo expulsó de la casa. Su autoritarismo no podía tolerar indisciplinas por parte de los hijos y los fue perdiendo. Su machismo redujo a las mujeres, a su mujer y sobre todo a la tía Emilia a la cocina, porque eran los hombres los que las tenían que conducir. Sólo adoraba a su madre.  Santiago, el hijo pequeño, más débil, se convirtió en  un enfermo aterrorizado por su padre, que lo sometió a una educación que los otros hermanos habían rechazado. Aunque estaba muerto de miedo por la guerra, lo envió al  frente con los nacionales. Cayó prisionero y cuando regresó ya no pudo levantar la cabeza. Preferido de Francisca, ella consiguió, a base de cuidados, que mejorara. Se refugió en su piano y en el alcohol. Los sobrinos lo seguían cuando salía a pasear por las Ramblas, esperando verlo con novia. Pero era una persona con una sensibilidad exacerbada y se liberaba con la música “clásica”, tocando continuamente el  piano. Y hablando Con la Virgen. (pag.216 y ss).
Un episodio violento lo provocó Elias, el nieto mayor, que en su inconsciencia llamó “maricón” al padre Hilario en la misa (pag.208-9). Elías había sido violado, como lo fueron después las niñas, por el padre Mariné, uno de los episodios más sórdidos del libro.
En Enero del 39 entraron los nacionales en Barcelona, y con ellos el abuelo y la mayoría de la burguesía catalana, que, al final de la guerra había conseguido salir de Barcelona por Burgos y San Sebastián y regresaron con Franco. Entonces franquismo y catalanismo eran las  derechas. Cuando acabó la guerra, empezó la diáspora, todos los intelectuales y políticos de la República marcharon al exilio, por Francia y de ahí al mundo entero y algunos no volvieron jamás.El abuelo entonces se dedicó a recomponer la familia y el negocio.
En el Capítulo UN DISPARO EN EL CORAZÓN, la niña cuenta de lo que oye a las criadas, como siempre, que tio José fue asesinado por los nacionales al principio de la guerra. Fue el primero con una ideología distinta, de izquierdas, en la que no se encontraba cómodo  porque se sentía distinto de los obreros, por no haber nacido ni obrero ni oprimido, ni tener los méritos adecuados. Desde pequeño se metió en política, cosa que desconocía su padre. Y cuando fue asesinado, pasó al grupo de los que no se podía hablar. En cambio, su hijo Miguel, que no hizo nada, excepto salir de juerga, lo convirtió en un mártir de la Cruzada simplemente porque fue asesinado por los rojos..
En VIDA CONTRA LA VIDA, los niños siguen reconstruyendo la vida de la familia a través de las criadas. En la casa había categorías para los vivos y para los muertos. Allí sólo se hablaba de tio Miguel, caído en la guerra por los rojos, pero no se hablaba de tío Juan ni de  mucho menos de ti o José. Y no se les podía recordar ni siquiera cuando eran pequeños, porque inmediatamente el abuelo daba el portazo. El tío Santiago era la víctima, que soportaba todo y salía hacia su habitación con la cabeza gacha (pag. 234). Los demás no se libraban del castigo. Al día siguiente, el abuelo rezaba ante el lignum crucis por “los que tenían que estar y no están.”, “para que siguieran el camino recto del Señor” (del señor Pius Vidal Armengol). El causante de altercado había sido el tio Juan, al que Dolores había criado a sus pechos. Había ido a París en el fin de carrera y allí se había casado con una millonaria (pag. 238 y 240). Estuvo muy enfermo como consecuencia de la guerra, en la batalla del Ebro, como su hermano Miguel, pero en el otro lado y cuando salió del hospital se refugió en un armario de su casa. Odiaba la guerra. Y después de la guerra empezó a llevar  la vida del revés, velando de día y durmiendo de noche. No le pudieron declarar desertor. ¿Y salió del armario?, preguntaban los niños. Cuando vinieron los nacionales le metieron en la cárcel por la Ley de Responsabilidades políticas.  Entonces el abuelo fue a la cárcel y lo excluyó de la familia para no verlo jamás. Sacrificaba a sus hijos por su ideología franquista. La consecuencia de la visita al tío Juan fue la expulsión de Dolores de la casa por el abuelo(pag.253).
Después de la muerte de la abuela, se decretó un año de luto riguroso, durante el cual la casa permanecía cerrada a festejos. Aprovechando la salida a ver la Cabalgata de los Reyes, Dolores los llevó a la casa del tío Juan, que los fue reconociendo. No tendría más de 34 años pero parecía “viejo, enclenque y tembloroso”, decían los niños. Murió al cabo de tres años (251), cosa que causó gran alteración en la casa del abuelo, “gimiendo como un perro pero sin derramar ni una lágrima".
MORIR CON LA BOINA ROJA es el capítulo en el que el abuelo, al contrario que hizo con  Juan, exalta la muerte de Miguel como mártir, muerto por Dios y por España, en el Tercio de la Virgen de Monserrat, un cuerpo nacionalista, de los nacionalistas de Franco y catalanista de la lucha por la fé (nacionalista y fascista, por Dios,  por la patria y el Rey).
Entretanto el padre de los niños esperaba que, una vez terminada la guerra se restableciese la democracia, siguiendo las democracias francesa e inglesa. Era demasiado optimista, en cambio a ellos, la vida les había enseñado que  todo tendía siempre a empeorar. Fue hacia los años 70 u 80, cuando, muerto Franco, perdió las esperanzas pensando que los que gobernaban eran los hijos y los nietos de los que habían ganado la guerra civil.
Anteriormente en las Navidades del año 1946, cuando celebraban con  todo esplendor la comida con acompañamiento del clero e invitados, el abuelo montó uno de sus más violentos espectáculos y expulsó a su hijo mayor, que se levantó para salir seguido de su hijo Elias (pag. 268y ss. ), ante la incomprensión de los asistentes, para quienes el hijo (los hijos)  eran unos desagradecidos incapaces de comprender los grandes sacrificios del abuelo. A Manuel lo consideraba responsable del camino torcido de  Miguel, de sus calaveradas, porque se había ido a vivir con una mala mujer. Por eso, cuando pudo lo enderezó enviándole a la guerra con los nacionales ( la guerra era el buen camino para él ) ¿Por qué todos se van con malas mujeres?, se preguntaban.
A partir de entonces empezaron los cambios ideológicos de los franquistas. Iba avanzando la posguerra y su suavizaba el lenguaje (pag. 277 y ss.). Se pasó la “Cruzada” a la “contienda”. Se quitó del salón el cuadro de Miguel vestido de requeté y ya no se le llamaba mártir de la guerra, sino muerto en la guerra. El padre Mariné, atento a los cambios, pasó a llamarse Hilari Mariné y Cataluña había luchado contra el fascismo español. Pero Franco entró bajo palio en la Abadía de Monserrat, donde el Abad  lanzó un discurso en su honor. (pag. 280). La única que quedó fiel a Franco fue tia Emilia, que se escandalizaba por estas cosas.
“Para nosotros era muy complicado, porque hasta entonces los muertos de los que se podía hablar eran mártires, asesinados por Franco en nombre de Dios, como tío Miguel y los otros, de los que no se podía hablar eran perdedores, asesinos, como tio José,  con el que no se podía ni pensar. En cambio para nuestro padre, que había pertenecido a Izquierda republicana, se asesinaba por desorden y venganzas personales”. Ahora se encontraba sólo, porque nadie que sale expulsado de la casa puede volver.

En EL DESPERTAR la narradora plantea el final de la historia que desde los orígenes se desliza hacia un futuro muy incierto, sobre todo después de la escapada para ver a la madre, algo totalmente prohibido. La madre le había pasado a Elias un papel en el Tribunal Tutelar de Menores para que se reunieran con ella en un coche (pag. 291).   Era por la tarde y no había nadie en casa pero el abuelo acabó enterándose. El abuelo era como Dios que todo lo ve, el mismo Dios violento de la Biblia, vengativo y arbitrario, como nos lo presentaban en el Internado.( Era el mismo nacional-catolicismo que estructuró nuestra mente de niñas de la posguerra). La venganza que preparó el abuelo fue peor que los bofetones. Los dejó sin cenar (ya tenían 14, Elías, 13 Pía y 12 Alexis). A la mañana siguiente se los llevó, pero no al Internado sino al Tribunal Tutelar de Menores donde les interrogaron. Como no respondían a las preguntas, los vigilantes, enfurecidos abofetearon a Elías, que era siempre el que protestaba. De allí al correccional, conducidos por la policía. Salieron del correccional cuatro meses después, gracias, según Vicenta,  a la madre que había tenido que renunciar a  verlos durante seis meses en el Tribunal Tutelar de Menores. Al reunirse en Navidad contaron los sufrimientos terribles en el correccional, corte del pelo, chinches, chorros de agua fría… Cuando su padre se enteró, dijo Vicenta, le gritó al abuelo e intentó liarse a golpes con él. Aquí se acabaron sus relaciones. La tensión seguía cuando volvieron. Elías echó en falta las canciones de Maria (…Y, cómo hago yo para escalar con ella el camino de la luz…?.
En el internado les acogieron con estupor al verles el pelo cortado como si fueran expósitas  (¿qué quiere decir expósita?”.). Las monjas eran más comprensivas y la hermana Esperanza les dio el ejemplo de Juana de Arco que había sido muy valiente a pesar del pelo de chico. Al día siguiente sus compañeras aparecieron con el pelo cortado como ellas. Al menos tenían algo bueno, la amistad de las compañeras y la comprensión de las monjas. En Navidad el abuelo les llevó al Concierto a un Palco del Palau. Desde allí los niños divisaban al público, toda  la burguesía catalana, los vencedores de la guerra, “todos ellos se sentían, por la expresión de su rostro, buenos patriotas y orgullosos de serlo, como el abuelo. “Eran catalanistas, no separatistas, …con el catolicismo redentor y protector y con mucho amor a lo popular, a lo nuestro. … Un país dominado por fascistas y curas, sin democracia ni libertad”
 Resalto este fragmento de Rosa Regás donde nos da ideas claras sobre el nacionalismo: “El nacionalismo si es de derechas es siempre fascismo (...). Porque si algo puede ser el nacionalismo, es de izquierdas, lo que quiere decir que jamás las creencias irán por delante de las ideas, porque el nacionalismo por intenso que sea no es más que una creencia y cuando se antepone a las ideas y ocupa su lugar se convierte en una religión,  en una moral que hay que imponer a los demás, en un fanatismo que no admite crítica”. (pag. 305). O también: “ser español es una e las pocas cosas importantes que se pueden ser en este mundo” o “España es una unidad…” Pero nuestro padre decía cosas distintas y por eso, nosotros nos encontrábamos distintos a todas estas personas del Palau. Y las odiábamos y lanzábamos contra ellas tiros con una metralleta imaginaria.

En la casa nadie habló del correccional, sólo el padre Hilario trató de consolarnos. Entró en mi habitación y me empezó a tocar…..(310).  Cuando se lo contó a Elias le dijo que a él también se lo había hecho y también a Pia, pero no podían decir nada porque nadie les creería,.. y los llevarían otra vez al correccional... Entonces lloró y cuando lo confesó en el colegio el sacerdote le recriminó porque estaba tergiversando la verdad  (“¿ de qué medios te has valido, para incitar al pecado al siervo de Dios al que acusas? (Pag 315). No era el padre habitual del Colegio, el padre March, por el que sentía simpatía, así como por las monjas.
Dos años después volvimos al correccional por la misma causa”: el encuentro con nuestra madre fue  esta vez en el Hotel Ritz. Cuando volvieron del encuentro, las criadas salieron asustadas a decirles que el abuelo ya tenía allí al Tribunal Tutelar de Menores. Elías, considerado el instigador fue al correccional de Barcelona, pero acusado de haber suspendido los exámenes y de hacer dibujos obscenos, le trasladaron a Madrid, (pag.320) para alejarle de la familia. Un año después salieron los pequeños del correccional y el abuelo permitió que vieran a Elías antes de marchar al correccional de Madrid, caminando entre dos policías. Una de las cosas más importantes de la novela es el cariño que se tienen los hermanos, incluso Elias, a quien el trato más severo le hizo más duro y rebelde.

 A  los padres ya no les autorizaron a ver a los niños, a pesar de los esfuerzos de la madre que, cansada de todo, desapareció, mientras el padre se refugió en París y no lo volvieron a ver hasta la muerte del abuelo. Elías no salió del reformatorio hasta los 17 o 18 años, para ingresar voluntario en la Marina por el Sevicio Militar, pero desertó y marchó al extranjero hasta que prescribió la deserción y se vieron en la casa del abuelo. Alexis volvió al internado y al acabar el Bacillerato el abuelo lo mandó a Alemania, de donde no volvió. La narradora cuenta que ella también desertó y marchó a Francia.  La única que no pudo desertar y cargó con la culpa de todos fue Pía, con la ira del abuelo por el comportamiento de los nietos. El abuelo no le dejó estudiar Medicina , como quería y tuvo que aceptar un trabajo que le buscó el padre March, so pena de quedarse recluida en la casa del abuelo. Pero acabó siendo expulsada por el abuelo, preso de una de sus cóleras al ver la ropa interior que usaba la nieta. El oscurantismo en lo sexual, sobre todo, era agobiante. "Los niños crecen como los árboles en las Ramblas", decía Engracia. La despidió Santiago, con la interpretación de “Las bodas de Fígaro”.
 Marchó a París. Y de aquí a Londres para trabajar en un hospital de Oxford. Diez años después regresó a la cita que tenía con la muerte del abuelo.

Añado un texto de Joan de Sagarra muy interesante para entender la novela que es, en realidad, la vida de la escritora Rosa Regás.

 Confieso que intenté leerla como una novela, pero a las pocas páginas me di cuenta de que lo que allí se contaba era una historia real, lo bastante real como para reconocer a sus personajes: el abuelo Vidal, el monstruo tiránico, brutal, era "el vell Regàs", Miquel Regàs i Ardèvol, uno de los industriales más considerados de la hostelería catalana de todos los tiempos, gerente del mítico hotel Colón, fallecido en 1965. Manuel Vidal, el hijo, de Esquerra Republicana, "que era del gobierno de la Generalitat y se fue un día antes de que entraran los nacionales en Barcelona, y no porque no hubiera podido irse, sino porque no quiso", era Xavier Regàs i Castells, nacido en 1905, en el entresuelo de Can Culleretes -"Era en els temps mirífics de les dretes / -un vers pispat en servirà pel cas- / que a l"entresol que hi ha a Can Culleretes, / neixía un noi; en Xavier Regàs", como reza la cuarteta de Martí Farreras; el Regàs periodista (La Publicitat, La Ciutat, L"Opinió, L"Esport Català..., el Regàs autor teatral (su primera obra, Cèlia, la noia del carrer Aribau, se la estrenó Enric Borràs, en 1935), el Regàs del Ciclo de Teatro Latino, luego, tras su muerte, Memorial Xavier Regàs. Y Elías, Pía, Anna y Alexis Vidal eran Xavier (muerto el pasado mes de agosto), Georgina, Rosa y Oriol Regàs, hijos de Xavier y del "ángel de las tinieblas", como la llamaba el abuelo Vidal/Regàs, Mariona Pagès, una de las mujeres más fascinantes de aquella Barcelona republicana, la hermana mayor de mi tío (que me ha hecho el honor de adoptarme como sobrino) Víctor Alba, de la que mi madre me contaba sus conquistas (Eric von Stroheim, el marqués de Najera, Henri Jeanson...) en París, durante su exilio de la guerra civil. La historia de los cuatro niños Vidal/Regàs en manos del abuelo, que, rodeado de curas, ejercía la patria potestad sobre ellos tras la separación de sus padres, rojos, es contada por Rosa Regàs con una crudeza que, por momentos, pone los pelos de punta, cuando no hace llorar. Noble y notable ejercicio catártico que muchos lectores en semejantes o parecidas circunstancias durante su infancia y adolescencia sabrán agradecer. Pero, para mí, al menos en esta primera lectura, el libro de Rosa tiene el gran mérito de plantear, dura, directamente, el tema del paso de la "Cruzada" a la "contienda", del franquismo al catalanismo de derechas, por parte de la burguesía, de una gran parte de la burguesía de este país, un tema prácticamente inédito en la novelística catalana, un tema que, de Franco a Pujol, sigue siendo, al parecer, un tema tabú. Cómo se llega a producir ese cambio en la burguesía catalana, cómo y por qué se llega a olvidar aquel "acendrado franquismo", es algo que el libro de Rosa Regàs no nos cuenta. ¿Lo cuenta el abuelo Vidal/Regàs en Confessions (1960), sus memorias, en las que se plantea, según Albert Manent, "el drama de la conciència durant la guerra civil"? Lo ignoro. ¿Lo habría contado Xavier Regàs i Castells en sus memorias, de las que tan sólo dejó escritas unas pocas páginas? en las que, hablando de su padre, que en la novela de Rosa Regàs lo deshereda y lo echa de casa, dice: "Tots dos ens teníem un gran afecte, però ho dissimulàvem tant com podíem”. Joan de Sagarra. “Los Regás”. El País 26 de Septiembre de 1999.

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