"LUNA LUNERA"· Rosa Regás. Planeta 1999.
Pido perdón por la extensión de mi escritura. He querido captar todas las ideas que la autora vierte en cada uno de los capítulos, con mis propias interpretaciones, así como la estructura del texto original. Se puede leer el prólogo, una orientación sobre la obra, de la autora, e ir seleccionando algún capítulo que interese.
La novela LUNA LUNERA está dividida en dos partes, precedidas de un prólogo donde la autora habla de la memoria histórica, sin la que los pueblos estaríamos abocados a repetirla. La novela, como tal novela, ha de ser de ficción, pero está basada en la memoria. Es una historia, dice, “que he vivido en el fondo de mi conciencia y de mi memoria”.
"Para evitar que la novela se
convierta en una biografía, ha elegido como narradora a una niña, Ana, la más
pequeña de las nietas del abuelo, que simplemente expresa sus sentimientos,
huyendo de quien la maltrata, el abuelo y el padre Hilario Mariné, y aproximándose
a quien la ama, la madre y los hermanos."
Otros personajes
importantes son las criadas, un coro de mujeres al estilo de las tragedias
griegas, mujeres que habían entrado a servir allí desde los 16 años, como
Francisca, que sentía adoración por el señor, Dolores, más unida a los
niños, por lo que será expulsada de la casa donde había servido toda su vida, o
Engracia, franquista, como el abuelo (“las
criadas habían adquirido la máscara del
amo”), la señorita Inés e incluso la tía Emilia, que van revelando la historia familiar en una época de silencios
y oscuridades, con una moral impuesta a golpes que desvirtúa su auténtico
sentido liberador. Una época sin pensadores (estaban muertos o en el exilio),
personajes mediocres carentes de un sentido crítico sobre lo que es el bien, la
justicia, la verdad…Los niños van aprendiendo a través de los odios y venganzas
de una familia en la que el amor, la generosidad, la libertad están ausentes por
el ejercicio de un poder autoritario y destructor. Destaca la función ejercida
por una Iglesia paniaguada con el poder
y el dinero.
La novela comienza como el final, el abuelo moribundo, en
presencia del abad, Monseñor Martí Alsina, que se presenta en estos últimos
momentos de la vida del señor Píus Vidal Armengol como inquisidor de la
riqueza que atesora la casa, que va a
pasar a ser patrimonio de la Iglesia. Rememora, inquieto, a los hijos del señor
Armengol, un “santo”, a quien tantos disgustos habían dado. “…recordaba la
muerte de su hijo Juan, a mediados de los años cuarenta, la más lejana de
Miguel durante la guerra civil, la desaparición de José, que había sido
fusilado en Montjuic durante los primeros meses de la guerra y que tantos
disgustos había dado a su padre. Y al mayor de los hijos, Manuel. Pero…¿no lo
había echado de la casa? ¿qué hace aquí? . …
¿Y el quinto?. El abad no recordaba a Santiago, alcohólico y músico, refugiado en las últimas habitaciones de la
casa.( Pag. 22). Manuel, el hijo mayor había acudido en esta ocasión. La anciana sirvienta
Francisca, que entró a servir al señor a los 16 años, representa la continuidad de la casa. Los nietos, ”dos hombres y dos mujeres de 30
a 35 años, Elias, Pía, Alexis y Ana, vinieron también desde distintos puntos del mundo donde se
encontraban, convocados por Francisca”.
“ Había llegado la hora, tantas veces soñada y deseada, de
despedirlo” (pag. 26 y 27).
La primera parte del libro, la narradora, Ana, empieza contando la historia de la familia a
partir del capítulo I titulado LOS
ORÍGENES.
La criada Dolores, es la fuente de información que tienen
los nietos sobre su familia, de “cuentos y anécdotas, historias con principio y
final y no vagas alusiones o comentarios sobre hechos desconocidos”, como hacía
el resto del grupo (pag. 35). Dolores les contaba mientras planchaba la ropa en
la inmensa cocina y los niños, sobre todo el pequeño, Alexis, no se cansaba de
preguntar. La cocina de esa gran vivienda construida por el abuelo para la
familia, era el punto de encuentro de las criadas, y donde los niños escuchaban las historias y el
canto de Maria, la vecina del 3º , que les alegraba con la canción ”luna
lunera…”, el único escape de los niños a la libertad, al exterior.
A través de la antigua foto de la familia que estaba en el
salón, los niños conocieron al bisabuelo Francisco Román, situado en la foto
detrás de su hija, la abuela, una persona sencilla y cariñosa, decía Dolores, junto a su marido, el abuelo, Pius Vidal
Armengol y detrás de él los padres del abuelo, Manuel Vidal y Ana Mª Armengol,
de la que tía Emilia, la otra superviviente de la familia (pag. 42) decía que despreciada a Román porque era un
simple maestro. A los pies de los abuelos, sentados en butacones de mimbre,
estaban arrodillados en el suelo los cinco hijos del matrimonio.
La narradora cuenta que a partir de ese hilo (“lo poco que
sabíamos de la familia”) tenían que “tirar con paciencia para deshacer el
ovillo hasta llegar a la verdad de una
familia desconocida para nosotros”. (pag.44).
En el capítulo “BOMBAS BAJO LA LUNA” se cuenta a través
de las conversaciones con Dolores, lo que les pasó a los niños y a sus padres
en la guerra: en 1937, en plena guerra civil, los padres enviaron a sus dos hijos
mayores a Rotterdam y a los pequeños a París, para protegerlos de los
bombardeos de Barcelona, puesto que el padre, estaba en el gobierno de la
Generalitat y era republicano. El abuelo, al comienzo de la 2ª guerra
mundial, aprovechó sus influencias en el bando nacional, se los trajo, y los
puso legalmente bajo su tutela, arrebatándoselos definitivamente a sus padres,
que lucharon durante toda su vida para recuperarlos, sin conseguirlo jamás.
Seguramente fue la venganza contra unos hijos, la mayoría de los cuales no
habían respondido a lo que se les había inculcado en la casa, una ideología
nacional-católica: Manuel y Juan se
hicieron republicanos, José fue asesinado al principio de la guerra por los
llamados nacionales y Santiago, el
pequeño, dominado por el autoritarismo del padre, fue la víctima en quien el
padre volcó todas sus frustraciones y lo convirtió en un desgraciado temeroso
enganchado al alcohol. Miguel, el hijo vividor, lo envió a la guerra y lo
recuperó como un santo después de haber sido asesinado por los rojos en la batalla
del Ebro.
La niña, va contando su marcha hacia el exilio de París, las
calamidades y los terrores que sufrieron en el camino. (pag. 46), hasta que llegaron
a París, donde, más tarde, se
encontraron con el padre.
La memoria confusa de los pequeños recuerda otro viaje,
ellos solos cargados con bultos y maletas. Los habían repatriado. Las escenas
del encuentro con el abuelo en Octubre del 39 en Barcelona fueron muy duras (pg. 49-50-51).
Lo cuenta Vicenta. Llegaron primero a la calle Fernando donde vivía el abuelo (“ese
señor de pelo y bigote blanco, piel transparente y rosada y cejas pobladas como
viseras”) y luego a la casa de Tiana,
donde ya se encontraban Elias y Pía, repatriados de Holanda. Los
envían a un internado, porque el abuelo, cuenta Engracia, todavía no tenía los
papeles, los del Tribunal Tutelar de Menores…. Cuando se reunían en Navidad, en
la calle Fernando chapurreaban varios idiomas
y Elias, el mayor, recordaba a los padres, que bailaban muchas veces,
decía. Pero en la casa nunca encontraron fotos, la oscuridad y el silencio les
rodeaba. De ellos estaba prohibido
hablar.
El abuelo, que pertenecía a la LLiga, nunca aprobó el modo
en que se instauró la República porque, contaba Dolores, eso estaba en contra
de sus convicciones y de su ética, la ética de la ley natural (los más fuertes
son los que sobreviven). En la cocina siempre hablaban de lo mismo y repetían
las historias contadas o vividas.(pag 64). Una cosa curiosa es la descripción
del lavado de la ropa manual, como un rito, en una época a la que no había
llegado todavía la máquina. (pag.65).
Es importante el símbolo que el abuelo
utilizaba para justificar su actuación con los hijos: se comparaba con la
figura de Abraham, sobre quien había caído la enorme carga de matar a su hijo
por cumplir con el deber impuesto por Dios. Pero a él, decía, se le había
negado lo que tuvo Abraham, el placer de verlos a todos reunidos y dolientes a
sus pies el día de su muerte. (pag. 32).
Allí no había hijos y nietos dolientes a quien repartir sus tierras y
sus rebaños, sino unos desheredados en beneficio de la Iglesia, que habían
acudido llevados por su odio para verle morir ¡por fin!.
En el capítulo PASA
UN ÁNGEL, la autora describe uno de los primeros arrebatos del abuelo que,
ante la noticia de la anunciada visita de la madre (el ángel) para ver a sus hijos,
provoca un altercado con palos, golpes a los niños, gritos extemporáneos en
presencia de todo el clero que siempre le acompaña en la casa, espectáculo precedido por
la música del piano de Santiago, que tocaba siempre que se acercaba una
tormenta. Resulta interesante leerlo porque compendia la actitud habitual de
cada uno de los miembros de la casa (pag. 73 y ss).
En el capítulo DIANAS
Y BALONES, cuenta Ana el tremendo episodio de los Reyes Magos. El hermano
mayor, Elias sólo tenía 10 años y los otros tres un año y medio menos cada uno,
o sea, 8 y medio, seis y medio y cuatro
y medio. Unos niños a los que, desde un
principio el abuelo les hace cargar con las responsabilidades de los padres:
El día de Reyes los trajeron del internado, para celebrar, según era costumbre, la
festividad. Escribieron su carta a los Reyes, donde les pedían juguetes y
lápices de colores. Francisca les hizo poner su zapato para que los reyes no se olvidaran de
ellos. A la mañana siguiente el abuelo, con toda solemnidad les lleva al salón
donde les niños esperan que los regalos que los Reyes les han traído, aunque
sin confiar demasiado, sobre todo Elias. Delante de todos, con toda solemnidad
les dejó sin juguetes porque “los juguetes son para los niños que se portan
bien y vosotros no os los merecéis. Además, los Reyes son los padres y vosotros
no tenéis padres, o no están donde deberían estar”. Los niños resistieron sin
llorar. Fue la primera vez que se
portaron como personas mayores.
En LA HUIDA, Ana
va narrando todo lo que sabe de la familia, la casa de Tiana, en el Maresme,
donde tenían hasta una Capilla en la que los curas, el padre Hilario,
lugarteniente del abuelo, el padre Mitjans y el resto del clero ejercían sus
funciones, y con los amigos burgueses
del abuelo pasaban allí el verano. Mientras, el abuelo bajaba todos los días a
Barcelona a cuidar sus empresas de restaurantes. Y en virtud de las leyes del franquismo y con
la ayuda de la jerarquía católica consiguió la adpción de los nietos. Los
padres, especialmente la madre, pasó toda su vida luchando por recuperar a sus
hijos. Allí, rezaban padrenuestros por
todos los muertos y a veces también por
todos los que deberían estar y no estaban. Y después daban gritos por Franco y
por Cataluña ¡Cataluña será cristiana o no será, Torres Bages!. (1).
Gracias al poder del
abuelo en los medios políticos del franquismo, un día regresa del exilio Manuel, el padre de los niños (¿dónde está el
exilio?, se preguntan) . Escuchan de las criadas que había trabajado
en un periódico de izquierdas, había terminado la carrera de abogado a los 19
años y se había casado con su madre, una mujer que no gustaba a nadie de la
familia.
Permaneció en la casa del abuelo un año y medio con los niños, hasta que
fue expulsado. Y regresó cuando el abuelo estaba moribundo. Los niños disfrutan de un padre a quien no
conocen ni se atreven a preguntarle nada, pero que no se enfadaba nunca. “Nos
parecía la persona más inteligente del universo, la única persona que decía las cosas por su nombre sin paralizarle
el temor” (pag 111). Las explicaciones las consiguieron después de muerto su
padre, cuando ya eran mayores y no las necesitaban, cuando encontraron una
carpeta vieja (la célebre carpeta azul
de que habla García Montero en su libro “Mañana no será lo que Dios quiera”). A
través de las cartas que escribió a su madre se enteran de todo, de una familia
destrozada por la guerra, sin hogar, sin profesión y sin futuro (pag. 113). A
la madre, que durante la guerra había estado enferma de los pulmones, la veían los terceros sábados de mes en el Tribunal
Tutelar de Menores, bajo la furibunda mirada del abuelo, que los llevaba desde
el internado (119-120-122). Engracia decía que la madre era “roja” y que ella
se lo había buscado.
Bajo la dirección de Elias, el hermano mayor, que tenía
siempre en su cabeza ideas que no correspondían a su edad, pensaron en una
huida hacia la libertad, salir de la casa y…ya se vería. Su huida se vio
truncada por la Guardia Civil, que los devolvió a la casa donde el abuelo los
"molió" a golpes, a las niñas las devolvieron al internado y al organizador,
a Elias
a un correccional, donde su inocencia se transformó en acritud a base de
malos tratos y de soledad, de los que no quiso contar nunca nada a sus hermanos.
En el Capítulo “EL
ROSTRO DEL MIEDO”, cuenta la niña sus veranos en Tiana, a cuyo embellecimiento habían colaborado los mejores
arquitectos “convertidos” al catolicismo (pag. 151). Pero los Domingos el abuelo
los llevaba a la Misa de la Parroquia para presumir de humildad ante la gente
del pueblo. Esas salidas eran una verdadera representación Al regreso el abuelo protagonizó otro de los
episodios más dramáticos e impresionantes de la novela: la abuela, delicada de
los nervios, pasaba los veranos en la
calle Fernando, había venido el día anterior porque se encontraba mejor. Al
regreso, los niños estaban hambrientos, porque el abuelo les obligaba a ayunar
a todos, aunque no hubieran hecho la comunión. Francisca había preparado en el
comedor el desayuno con unas ensaimadas,
que no fueron del gusto del abuelo, motivo suficiente para provocar el
altercado. Ante el terror de los presentes (la familia, porque los invitados
estaban ausentes) el abuelo “descargó un golpe seco y contundente en el rostro
de la abuela”, y como si estuviera loco, con el rostro descompuesto, lanzó
varias veces el cinturón sobre la abuela (pag. 140-141) con una violencia terrorífica.
Después se puso a orar pidiendo a Dios que no le deje vencer por la
debilidad….A la abuela no la volvieron a ver hasta Navidad.
En el Capítulo GLICINAS
Y TINIEBLAS narra la muerte de la abuela, que llevada de su locura acaba suicidándose.
A la abuela se la mantenía aislada del resto de la familia, en invierno en la
finca de Tiana, donde permanecía con Berta y en verano ocurría lo contrario, cuando
llegaban todos a la finca, el padre Mariné que acompañaba siempre al
abuelo, el padre Mitjans y el matrimonio
Vallverdú, la abuela era trasladada a la
calle Fernando y el abuelo la visitaba a la hora del almuerzo.
A los niños los sacaron del internado por la muerte de la
abuela, aunque a ellos ya no les afectaba la muerte. A través de coro de las
criadas, Elias les contó lo sucedido. La abuela cogió la manguera del gas y se
la llevó a la boca, de tal manera que se fue hinchando y cuando la encontraron
estaba tan inflada que permanecía pegada al techo de la cocina. Cuando la pudieron ver en el lecho mortuorio, vestía
con el traje de boda que habían tenido que cortar porque no le cabía y un
rosario en las manos. Como suicida no la pudieron enterrar en “cristiano” y a
pesar de las presiones del abuelo, sólo le otorgaron un sencillo entierro
campestre. No llegó a entender cómo el Altisimo le sometía a tal humillación,
impidiendo celebrar un entierro con las honras fúnebres con cánticos
funerarios, el dies irae y una multitud
de diáconos, subdiáconos, obispos etc, (la guerra la habían ganado los curas,
decía Dolores). El abuelo, tan amante del Caudillo y tan amigo suyo…. De todas
formas consiguió remover al responsable de tal afrenta.
En LA INGRAVIDEZ
COTIDIANA, Ana, cuenta que el Internado se convirtió “un remanso de paz”.
Allí nada podía ocurrirles. Gozaban de privilegios, pero les hacían ver su
situación irregular, les trataban de modo más rígido en algunas cosas
porque tenían “que paliar el peso que
llevaban sobre sus espaldas (pag. 170).
En el colegio las monjas las llevaban a visitar a los
enfermos, un mundo deprimente que olía a “orines y lejía”. Además, la visita de la Guardia Civil, por
parentesco con algunas niñas, les metía en un mundo de himnos y de actos
falangistas (¡Viva España alzad los brazos hijos del pueblo español….), todo lo
que acabó creándoles un mundo reducido donde no había nada más allá. Un mundo
contradictorio entre un abuelo, para unos, las monjas, el clero y
las criadas un santo varón volcado en su familia, que nos había salvado y
redimido, y para otros, el hombre justiciero y violento que les quitaba el
sueño. El hombre que además, intentaba impedir las visitas de la madre,
adelantándose a sus visitas y coaccionando a las monjas con regalos. Ellas les
pedían a las niñas que rezaran por ella
para que volviera al buen camino. Pero
¿en qué camino está ahora?, preguntaban (Pa. 182 y ss.).
-La segunda parte del libro cuenta la vida de los hijos. Comienza
de nuevo con el abuelo moribundo y la vieja criada Francisca recorriendo la
inmensa casa vacía y recolocando las cosas en su sitio, una vez se han marchado
los visitantes. La narradora pone en letra pequeña unas reflexiones de
Francisca, en las que da un repaso a su vida, desde que entra a servir por
primera vez a la casa. Va recordando tristemente cómo transcurre la vida de la
familia, sobre todo la de Santiago, su preferido y la víctima, que no se entera
de lo que pasa, encerrado con su piano y su alcohol. (pag.
191 y ss.).
En CANCIÓN DE SOLEDAD,
se narra la época de la guerra en Barcelona, cuando los bombardeos de los
nacionales y los actos terroristas de los obreros anarquistas. El abuelo no
salía a la calle sin una pistola en el cinto, que le daba una sensación de
seguridad. Hijo de chocolateros, el abuelo trabajó toda su vida hasta que
consiguió ser dueño de una cadena de restaurantes. Cuenta la niña lo que oye a
Dolores, que vino a la casa a los 16 años hasta que se casó y más tarde volvió
para amamantar al tío Juan. En aquellos tiempos el abuelo compró la casa de la
calle Fernando, que sufrió dos reformas, ahora
ya envejecida en sus cortinajes sus paredes forradas de terciopelo, sus
cuadros…
En aquellos tiempos el abuelo todavía no tenía vocación de
santo y mártir, y aunque tenía ya explosiones de violencia, aún no había
comenzado con las expulsiones de los hijos. Cuenta los acontecimientos
ocurridos a la familia durante la guerra, el hijo mayor, Manuel, al que después
de lo que pasó (la boda con una mujer a la que no quería y a sus ideas) lo
expulsó de la casa. Su autoritarismo no podía tolerar indisciplinas por parte
de los hijos y los fue perdiendo. Su machismo redujo a las mujeres, a su mujer
y sobre todo a la tía Emilia a la cocina, porque eran los hombres los que las
tenían que conducir. Sólo adoraba a su madre. Santiago, el hijo pequeño, más débil, se
convirtió en un enfermo aterrorizado por
su padre, que lo sometió a una educación que los otros hermanos habían
rechazado. Aunque estaba muerto de miedo por la guerra, lo envió al frente con los nacionales. Cayó prisionero y
cuando regresó ya no pudo levantar la cabeza. Preferido de Francisca, ella
consiguió, a base de cuidados, que mejorara. Se refugió en su piano y en el
alcohol. Los sobrinos lo seguían cuando salía a pasear por las Ramblas, esperando
verlo con novia. Pero era una persona con una sensibilidad exacerbada y se
liberaba con la música “clásica”, tocando continuamente el piano. Y hablando Con la Virgen. (pag.216 y
ss).
Un episodio violento lo provocó Elias, el nieto mayor, que
en su inconsciencia llamó “maricón” al padre Hilario en la misa (pag.208-9).
Elías había sido violado, como lo fueron después las niñas, por el padre
Mariné, uno de los episodios más sórdidos del libro.
En Enero del 39 entraron los nacionales en Barcelona, y con
ellos el abuelo y la mayoría de la burguesía catalana, que, al final de la
guerra había conseguido salir de Barcelona por Burgos y San Sebastián y regresaron
con Franco. Entonces franquismo y catalanismo eran las derechas. Cuando acabó la guerra, empezó la
diáspora, todos los intelectuales y políticos de la República marcharon al
exilio, por Francia y de ahí al mundo entero y algunos no volvieron jamás.El abuelo entonces se dedicó a recomponer la familia y el
negocio.
En el Capítulo UN
DISPARO EN EL CORAZÓN, la niña cuenta de lo que oye a las criadas, como
siempre, que tio José fue asesinado por los nacionales al principio de la
guerra. Fue el primero con una ideología distinta, de izquierdas, en la que no
se encontraba cómodo porque se sentía
distinto de los obreros, por no haber nacido ni obrero ni oprimido, ni tener
los méritos adecuados. Desde pequeño se metió en política, cosa que desconocía
su padre. Y cuando fue asesinado, pasó al grupo de los que no se podía hablar.
En cambio, su hijo Miguel, que no hizo nada, excepto salir de juerga, lo
convirtió en un mártir de la Cruzada simplemente porque fue asesinado por los
rojos..
En VIDA CONTRA LA
VIDA, los niños siguen reconstruyendo la vida de la familia a través de las
criadas. En la casa había categorías para los vivos y para los muertos. Allí
sólo se hablaba de tio Miguel, caído en la guerra por los rojos, pero no se
hablaba de tío Juan ni de mucho menos de
ti o José. Y no se les podía recordar ni siquiera cuando eran pequeños, porque
inmediatamente el abuelo daba el portazo. El tío Santiago era la víctima, que
soportaba todo y salía hacia su habitación con la cabeza gacha (pag. 234). Los
demás no se libraban del castigo. Al día siguiente, el abuelo rezaba ante el lignum crucis por “los que tenían que
estar y no están.”, “para que siguieran el camino recto del Señor” (del señor
Pius Vidal Armengol). El causante de altercado había sido el tio Juan, al que
Dolores había criado a sus pechos. Había ido a París en el fin de carrera y allí
se había casado con una millonaria (pag. 238 y 240). Estuvo muy enfermo como
consecuencia de la guerra, en la batalla del Ebro, como su hermano Miguel, pero
en el otro lado y cuando salió del hospital se refugió en un armario de su
casa. Odiaba la guerra. Y después de la guerra empezó a llevar la vida del revés, velando de día y durmiendo
de noche. No le pudieron declarar desertor. ¿Y salió del armario?, preguntaban
los niños. Cuando vinieron los nacionales le metieron en la cárcel por la Ley
de Responsabilidades políticas. Entonces
el abuelo fue a la cárcel y lo excluyó de la familia para no verlo jamás.
Sacrificaba a sus hijos por su ideología franquista. La consecuencia de la
visita al tío Juan fue la expulsión de Dolores de la casa por el
abuelo(pag.253).
Después de la muerte de la abuela, se decretó un año de luto
riguroso, durante el cual la casa permanecía cerrada a festejos. Aprovechando
la salida a ver la Cabalgata de los Reyes, Dolores los llevó a la casa del tío
Juan, que los fue reconociendo. No tendría más de 34 años pero parecía “viejo,
enclenque y tembloroso”, decían los niños. Murió al cabo de tres años (251),
cosa que causó gran alteración en la casa del abuelo, “gimiendo como un perro
pero sin derramar ni una lágrima".
MORIR CON LA BOINA
ROJA es el capítulo en el que el abuelo, al contrario que hizo con Juan, exalta la muerte de Miguel como mártir,
muerto por Dios y por España, en el Tercio de la Virgen de Monserrat, un cuerpo
nacionalista, de los nacionalistas de Franco y catalanista de la lucha por la
fé (nacionalista y fascista, por Dios,
por la patria y el Rey).
Entretanto el padre de los niños esperaba que, una vez
terminada la guerra se restableciese la democracia, siguiendo las democracias
francesa e inglesa. Era demasiado optimista, en cambio a ellos, la vida les
había enseñado que todo tendía siempre a
empeorar. Fue hacia los años 70 u 80, cuando, muerto Franco, perdió las
esperanzas pensando que los que gobernaban eran los hijos y los nietos de los
que habían ganado la guerra civil.
Anteriormente en las Navidades del año 1946, cuando
celebraban con todo esplendor la comida
con acompañamiento del clero e invitados, el abuelo montó uno de sus más
violentos espectáculos y expulsó a su hijo mayor, que se levantó para salir
seguido de su hijo Elias (pag. 268y ss. ), ante la incomprensión de los
asistentes, para quienes el hijo (los hijos)
eran unos desagradecidos incapaces de comprender los grandes sacrificios
del abuelo. A Manuel lo consideraba responsable del camino torcido de Miguel, de sus calaveradas, porque se había
ido a vivir con una mala mujer. Por eso, cuando pudo lo enderezó enviándole a
la guerra con los nacionales ( la guerra era el buen camino para él ) ¿Por qué
todos se van con malas mujeres?, se preguntaban.
A partir de entonces empezaron los cambios ideológicos de
los franquistas. Iba avanzando la posguerra y su suavizaba el lenguaje (pag.
277 y ss.). Se pasó la “Cruzada” a la “contienda”. Se quitó del salón el cuadro
de Miguel vestido de requeté y ya no se le llamaba mártir de la guerra, sino
muerto en la guerra. El padre Mariné, atento a los cambios, pasó a llamarse
Hilari Mariné y Cataluña había luchado contra el fascismo español. Pero Franco
entró bajo palio en la Abadía de Monserrat, donde el Abad lanzó un discurso en su honor. (pag. 280). La única que
quedó fiel a Franco fue tia Emilia, que se escandalizaba por estas cosas.
“Para
nosotros era muy complicado, porque hasta entonces los muertos de los que se
podía hablar eran mártires, asesinados por Franco en nombre de Dios, como tío
Miguel y los otros, de los que no se podía hablar eran perdedores, asesinos,
como tio José, con el que no se podía ni
pensar. En cambio para nuestro padre, que había pertenecido a Izquierda
republicana, se asesinaba por desorden y venganzas personales”. Ahora se
encontraba sólo, porque nadie que sale expulsado de la casa puede volver.
En EL DESPERTAR
la narradora plantea el final de la historia que desde los orígenes se desliza
hacia un futuro muy incierto, sobre todo después de la escapada para ver a la
madre, algo totalmente prohibido. La madre le había pasado a Elias un papel en
el Tribunal Tutelar de Menores para que se reunieran con ella en un coche (pag.
291). Era por la tarde y no había nadie
en casa pero el abuelo acabó enterándose. El abuelo era como Dios que todo lo
ve, el mismo Dios violento de la Biblia, vengativo y arbitrario, como nos lo
presentaban en el Internado.( Era el mismo nacional-catolicismo que estructuró
nuestra mente de niñas de la posguerra). La venganza que preparó el abuelo fue
peor que los bofetones. Los dejó sin cenar (ya tenían 14, Elías, 13 Pía y 12
Alexis). A la mañana siguiente se los llevó, pero no al Internado sino al
Tribunal Tutelar de Menores donde les interrogaron. Como no respondían a las
preguntas, los vigilantes, enfurecidos abofetearon a Elías, que era siempre el
que protestaba. De allí al correccional, conducidos por la policía. Salieron
del correccional cuatro meses después, gracias, según Vicenta, a la madre que había tenido que renunciar
a verlos durante seis meses en el
Tribunal Tutelar de Menores. Al reunirse en Navidad contaron los sufrimientos
terribles en el correccional, corte del pelo, chinches, chorros de agua fría…
Cuando su padre se enteró, dijo Vicenta, le gritó al abuelo e intentó liarse a
golpes con él. Aquí se acabaron sus relaciones. La tensión seguía cuando
volvieron. Elías echó en falta las canciones de Maria (…Y, cómo hago yo para
escalar con ella el camino de la luz…?.
En el internado les acogieron con estupor al verles el pelo
cortado como si fueran expósitas (¿qué
quiere decir expósita?”.). Las monjas eran más comprensivas y la hermana
Esperanza les dio el ejemplo de Juana de Arco que había sido muy valiente a
pesar del pelo de chico. Al día siguiente sus compañeras aparecieron con el
pelo cortado como ellas. Al menos tenían algo bueno, la amistad de las
compañeras y la comprensión de las monjas. En
Navidad el abuelo les llevó al Concierto a un Palco del Palau. Desde allí los
niños divisaban al público, toda la
burguesía catalana, los vencedores de la guerra, “todos ellos se sentían, por
la expresión de su rostro, buenos patriotas y orgullosos de serlo, como el
abuelo. “Eran catalanistas, no separatistas, …con el catolicismo redentor y
protector y con mucho amor a lo popular, a lo nuestro. … Un país dominado por
fascistas y curas, sin democracia ni libertad”
Resalto este fragmento de Rosa Regás donde nos
da ideas claras sobre el nacionalismo: “El nacionalismo si es de derechas es
siempre fascismo (...). Porque si algo puede ser el nacionalismo, es de
izquierdas, lo que quiere decir que jamás las creencias irán por delante de las
ideas, porque el nacionalismo por intenso que sea no es más que una creencia y
cuando se antepone a las ideas y ocupa su lugar se convierte en una religión, en una moral que hay que imponer a los demás,
en un fanatismo que no admite crítica”. (pag. 305). O también: “ser español es
una e las pocas cosas importantes que se pueden ser en este mundo” o “España es
una unidad…” Pero nuestro padre decía cosas distintas y por eso, nosotros nos
encontrábamos distintos a todas estas personas del Palau. Y las odiábamos y
lanzábamos contra ellas tiros con una metralleta imaginaria.
En la casa nadie habló del correccional, sólo el padre Hilario trató de
consolarnos. Entró en mi habitación y me empezó a tocar…..(310). Cuando se lo contó a Elias le dijo que a él
también se lo había hecho y también a Pia, pero no podían decir nada porque
nadie les creería,.. y los llevarían otra vez al correccional... Entonces lloró
y cuando lo confesó en el colegio el sacerdote le recriminó porque estaba
tergiversando la verdad (“¿ de qué
medios te has valido, para incitar al pecado al siervo de Dios al que acusas?
(Pag 315). No era el padre habitual del Colegio, el padre March, por el que
sentía simpatía, así como por las monjas.
“Dos años después volvimos al correccional por la misma causa”: el
encuentro con nuestra madre fue esta vez
en el Hotel Ritz. Cuando volvieron del encuentro, las criadas salieron asustadas a decirles
que el abuelo ya tenía allí al Tribunal Tutelar de Menores. Elías, considerado
el instigador fue al correccional de Barcelona, pero acusado de haber
suspendido los exámenes y de hacer dibujos obscenos, le trasladaron a Madrid,
(pag.320) para alejarle de la familia. Un año después salieron los pequeños del
correccional y el abuelo permitió que vieran a Elías antes de marchar al
correccional de Madrid, caminando entre dos policías. Una de las cosas más
importantes de la novela es el cariño que se tienen los hermanos, incluso Elias,
a quien el trato más severo le hizo más duro y rebelde.
A los padres ya no les autorizaron a ver a los niños, a pesar de los esfuerzos de la madre que, cansada de todo, desapareció, mientras el padre se refugió en París y no lo volvieron a ver hasta la muerte del abuelo. Elías no salió del reformatorio hasta los 17 o 18 años, para ingresar voluntario en la Marina por el Sevicio Militar, pero desertó y marchó al extranjero hasta que prescribió la deserción y se vieron en la casa del abuelo. Alexis volvió al internado y al acabar el Bacillerato el abuelo lo mandó a Alemania, de donde no volvió. La narradora cuenta que ella también desertó y marchó a Francia. La única que no pudo desertar y cargó con la culpa de todos fue Pía, con la ira del abuelo por el comportamiento de los nietos. El abuelo no le dejó estudiar Medicina , como quería y tuvo que aceptar un trabajo que le buscó el padre March, so pena de quedarse recluida en la casa del abuelo. Pero acabó siendo expulsada por el abuelo, preso de una de sus cóleras al ver la ropa interior que usaba la nieta. El oscurantismo en lo sexual, sobre todo, era agobiante. "Los niños crecen como los árboles en las Ramblas", decía Engracia. La despidió Santiago, con la interpretación de “Las bodas de Fígaro”.
Marchó a París. Y de aquí a Londres para trabajar en un hospital de Oxford. Diez años después regresó a la cita que tenía con la muerte del abuelo.
Añado un texto de Joan de Sagarra muy interesante para entender la novela que es, en realidad, la vida de la escritora Rosa Regás.
A los padres ya no les autorizaron a ver a los niños, a pesar de los esfuerzos de la madre que, cansada de todo, desapareció, mientras el padre se refugió en París y no lo volvieron a ver hasta la muerte del abuelo. Elías no salió del reformatorio hasta los 17 o 18 años, para ingresar voluntario en la Marina por el Sevicio Militar, pero desertó y marchó al extranjero hasta que prescribió la deserción y se vieron en la casa del abuelo. Alexis volvió al internado y al acabar el Bacillerato el abuelo lo mandó a Alemania, de donde no volvió. La narradora cuenta que ella también desertó y marchó a Francia. La única que no pudo desertar y cargó con la culpa de todos fue Pía, con la ira del abuelo por el comportamiento de los nietos. El abuelo no le dejó estudiar Medicina , como quería y tuvo que aceptar un trabajo que le buscó el padre March, so pena de quedarse recluida en la casa del abuelo. Pero acabó siendo expulsada por el abuelo, preso de una de sus cóleras al ver la ropa interior que usaba la nieta. El oscurantismo en lo sexual, sobre todo, era agobiante. "Los niños crecen como los árboles en las Ramblas", decía Engracia. La despidió Santiago, con la interpretación de “Las bodas de Fígaro”.
Marchó a París. Y de aquí a Londres para trabajar en un hospital de Oxford. Diez años después regresó a la cita que tenía con la muerte del abuelo.
Añado un texto de Joan de Sagarra muy interesante para entender la novela que es, en realidad, la vida de la escritora Rosa Regás.
“Confieso que intenté leerla
como una novela, pero a las pocas páginas me di cuenta de que lo que allí se
contaba era una historia real, lo bastante real como para reconocer a sus
personajes: el abuelo Vidal, el monstruo tiránico, brutal, era "el vell
Regàs", Miquel Regàs i Ardèvol, uno de los industriales más considerados
de la hostelería catalana de todos los tiempos, gerente del mítico hotel Colón,
fallecido en 1965. Manuel Vidal, el hijo, de Esquerra Republicana, "que
era del gobierno de la Generalitat y se fue un día antes de que entraran los
nacionales en Barcelona, y no porque no hubiera podido irse, sino porque no
quiso", era Xavier Regàs i Castells, nacido en 1905, en el entresuelo de
Can Culleretes -"Era en els temps mirífics de les dretes / -un vers pispat
en servirà pel cas- / que a l"entresol que hi ha a Can Culleretes, /
neixía un noi; en Xavier Regàs", como reza la cuarteta de Martí Farreras;
el Regàs periodista (La Publicitat, La Ciutat, L"Opinió, L"Esport
Català..., el Regàs autor teatral (su primera obra, Cèlia, la noia del carrer
Aribau, se la estrenó Enric Borràs, en 1935), el Regàs del Ciclo de Teatro
Latino, luego, tras su muerte, Memorial Xavier Regàs. Y Elías, Pía, Anna y
Alexis Vidal eran Xavier (muerto el pasado mes de agosto), Georgina, Rosa y
Oriol Regàs, hijos de Xavier y del "ángel de las tinieblas", como la
llamaba el abuelo Vidal/Regàs, Mariona Pagès, una de las mujeres más fascinantes
de aquella Barcelona republicana, la hermana mayor de mi tío (que me ha hecho
el honor de adoptarme como sobrino) Víctor Alba, de la que mi madre me contaba
sus conquistas (Eric von Stroheim, el marqués de Najera, Henri Jeanson...) en
París, durante su exilio de la guerra civil. La historia de los cuatro niños
Vidal/Regàs en manos del abuelo, que, rodeado de curas, ejercía la patria
potestad sobre ellos tras la separación de sus padres, rojos, es contada por
Rosa Regàs con una crudeza que, por momentos, pone los pelos de punta, cuando
no hace llorar. Noble y notable ejercicio catártico que muchos lectores en
semejantes o parecidas circunstancias durante su infancia y adolescencia sabrán
agradecer. Pero, para mí, al menos en esta primera lectura, el libro de Rosa
tiene el gran mérito de plantear, dura, directamente, el tema del paso de la
"Cruzada" a la "contienda", del franquismo al catalanismo
de derechas, por parte de la burguesía, de una gran parte de la burguesía de
este país, un tema prácticamente inédito en la novelística catalana, un tema
que, de Franco a Pujol, sigue siendo, al parecer, un tema tabú. Cómo se llega a
producir ese cambio en la burguesía catalana, cómo y por qué se llega a olvidar
aquel "acendrado franquismo", es algo que el libro de Rosa Regàs no
nos cuenta. ¿Lo cuenta el abuelo Vidal/Regàs en Confessions (1960), sus
memorias, en las que se plantea, según Albert Manent, "el drama de la
conciència durant la guerra civil"? Lo ignoro. ¿Lo habría contado Xavier
Regàs i Castells en sus memorias, de las que tan sólo dejó escritas unas pocas
páginas? en las que, hablando de su padre, que en la novela de Rosa Regàs lo
deshereda y lo echa de casa, dice: "Tots dos ens teníem un gran afecte,
però ho dissimulàvem tant com podíem”. Joan de Sagarra. “Los Regás”. El País 26
de Septiembre de 1999.
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