sábado, 26 de enero de 2019

“MALDAD LÍQUIDA”. La tecnología del lavado de cerebro.




En su libro póstumo 'Maldad líquida', Zygmunt Bauman) analiza la manera en que el afán de dominación se ha hecho invisible y se ha infiltrado en todas las rutinas del hombre contemporáneo, ya sea como «publicidad», «industria de la comunicación», «relaciones públicas» o, directamente, «servicio informativo», recurriendo a la variedad «blanda» del poder. El «lavado de cerebro» está tanto en la propaganda como en la publicidad comercial. Ahora, como en el pasado, los cerebros deben «lavarse» antes de ser «rellenados» de nuevo. Los asesores de prensa y de imagen contratados por los políticos que ocupan cargos o que aspiran a ocuparlos, y los «persuasores», que están al servicio de los vendedores de productos, tienen la lección bien aprendida y han elevado su arte a nuevas cotas insospechadas.

Estamos envueltos en una apretada telaraña de vigilancia electrónica, y voluntariamente o no, nos hemos visto arrastrados a ejercer también el papel de arañas que tejen dicha tela (dóciles o entusiastas): la función manifiesta de los algoritmos es la principal arma del actual lavado de cerebro.

(Un algoritmo es un conjunto de prescripciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas que permiten realizar una actividad. Son como instrucciones, ejemplo:

La lámpara no funciona:
¿Está enchufada?-No- Enchufarla.
Si-¿El foco quemado?- Si- Reemplazar el foco
No- Comprar nueva lámpara.

El algoritmo nos permite navegar por los 2,5 quintillones de bytes de datos que se generan cada día (un millón de veces más información que la que el cerebro humano es capaz de retener) y extraer conclusiones prácticas de ello». Lo que representan para nosotros, según nos dicen, es la esperanza de que los ordenadores, con sus algoritmos incorporados, nos transporten seguros por los océanos de datos en los que nos ahogaríamos si tratáramos de nadar (o, más aún, si intentáramos bucear) en ellos por nuestra propia cuenta; así en Google que nos deslumbra con la enorme cantidad de datos, una maldición latente para nosotros que, a su vez, nos convertimos en los poderes fácticos y además, las «conclusiones prácticas» que los navegantes de esa clase extraen les permiten “calarnos” con precisión a cada uno de nosotros individualmente para aprovecharnos con la máxima eficiencia como blancos de sus propios fines, como obligarnos (o tentarnos) a gastar nuestro dinero, a sumarnos a causas que nosotros no hemos elegido, o a convertirnos en objetivos de la próxima ronda de drones que entren en servicio.

En el fondo, la inclinación a presentar una maldición «disfrazada de bendición» es el rasgo constitutivo y definitorio de la actual tecnología del lavado de cerebro. La vigilancia en nombre de la seguridad de los vigilados es quizá su más emblemático y visible ejemplo. Permíteme que te cuente una experiencia propia reciente. Unos días atrás, tuve que hacer transbordo dentro de la misma terminal (la 5) del aeropuerto de Heathrow. En los pocos cientos de metros que separan la puerta por la que desembarqué del avión en el que había aterrizado de la otra en la que tenía previsto embarcarme para mi siguiente vuelo, tuve que pasar cinco (¡cinco!) controles de seguridad, cada uno de ellos equipado con parecida tecnología de vanguardia y cada uno de ellos similarmente humillante: las fotos poco favorecedoras, los registros corporales, la obligación de desvestirse parcialmente y de quitarse cinturones y zapatos, y de extender o levantar las piernas, etcétera. Al término de mi calvario, compartido con miles de víctimas más totalmente despojadas de los jirones de dignidad que les quedaban, vi un enorme cartel publicitario en el que los anunciantes tenían el orgullo de informarnos, con coloridas gráficas estadísticas, del reconocimiento que los usuarios del aeropuerto le habían otorgado a este, agradecidos por lo bien que cuidaba de su seguridad y su bienestar.

A tal lavado, hemos dado un consentimiento colectivo firmando un cheque en blanco para el imparable crecimiento y perfeccionamiento de las tecnologías de vigilancia, camufladas bajo el disfraz de la «preocupación por la seguridad.

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